Veinticinco años del bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia: una herida todavía abierta
En Belgrado, Serbia, está el monumento La llama eterna, al que se acude para conmemorar a las víctimas de los bombardeos de la Alianza Atlántica (OTAN) sobre Yugoslavia en 1999. El monumento, de unos treinta metros de altura, es básicamente un obelisco que en los años ha provocado grandes polémicas. Las razones son muchas, pero una destaca: el monolito, que es el mayor homenaje arquitectónico a esos muertos, fue erigido por voluntad de Mirjana Marković, esposa de Slobodan Milosević, quien gobernaba a los serbios con mano de hierro y era presidente durante ese ataque. Tanto así que hace tiempo alguno incluso propuso renombrarlo en memoria de las víctimas del fallecido dictador.
Veinticinco años después del inicio de la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia, que se cumplen este domingo, Serbia, entonces el país que luchó contra la desintegración de esa entidad socialista, ha cambiado, pero aún no olvida ni ha sanado por completo esa herida dolorosa como los terribles crímenes cometidos por Milosević en aquellos años. Esos recuerdos urbanos de las bombas lanzadas por la OTAN tampoco permiten la amnesia.
La operación, iniciada por orden del español Javier Solana (secretario general de la OTAN por esos días) y sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU (cuya reputación quedó dañada), duró 11 semanas, en las que se lanzaron miles de bombas y murió un número aún hoy desconocido de civiles. Las cifras oscilan aún hoy entre los 500 fallecidos, según Human Right Watch, y los 2.500, según las autoridades serbias. Por su parte, la propia OTAN no respondió a una reciente petición de BIRN sobre esta información, según confirmó este medio especializado en investigaciones periodísticas en la región.